RECOGER LA TOALLA


Llevo un tiempo atrapada en un pozo extraño. Un pozo que llamé mi casa por fuerza de costumbre. Porque la alternativa era cortarme las venas o salir, y no tenía fuerzas para lo segundo, ni ganas de lo primero.

Así que le puse unas cortinas y un par de cuadros, y me dije: oye, pues no está mal. Aquí estoy, será porque aquí debo estar. Y me acomodé y me repetí día tras día que era donde debía estar, pese a que el reflejo del espejo me devolvía unos ojos tristes contradiciéndose con la sonrisa de más abajo. Como no tenía voz con la que gritar (¿os acordáis?) me dibujé esa sonrisa para quedarme en mi pozo, ignorando la oscuridad que iba nublando los ojos tristes que pedían atención.

He destrozado muchas veces el pozo. He roto los cuadros y arrancado las cortinas cada vez que me he despertado gritando, preguntándome qué hago aquí. Pero siempre he vuelto a pintar la sonrisa y a recomponer las cortinas. Estoy bien. Dejadme en paz.

Muchas veces alguien ha preguntado desde arriba si quería salir. Muchas veces he dicho que sí y no he podido. Cada vez era más duro destrozar y recomponer el pozo, así que dejé de decir que sí. Igual que sabes que mañana saldrá el sol por el este y no por el oeste, yo sabía que no debía creer que podía decir que sí. Shhh, deja en paz mi pozo, que ya he comprado hasta un florero!

Pero hoy, con la sonrisa recién pintada de hace tan sólo unos días, he dejado de mirarla y he vuelto a ver los ojos. Demasiado tiempo mirando más abajo a un espejismo. Casi se habían ido. Y mirándolos he comprendido que no se pueden desempañar en el pozo. Y que me merezco algo más. Al menos, se lo debo a quien un día estuvo detrás de estos ojos que habían tirado la toalla.


Puede que me encontréis mañana reconstruyendo el pozo. O puede que me encontréis bajo el sol con la toalla en la mano.

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